Ludwig Mies van der Rohe: Pabellón Alemán de la Exposición Internacional de Barcelona. 1929. Barcelona. Reconstruido en 1984-86. El neoplasticismo, iniciado en Holanda (1917), al eliminar la ornamentación, la modulación de acusadas superficies puras, la búsqueda de un color vivo y la absoluta abstracción de cualquier figurativismo, señaló una etapa decisiva en la historia del gusto moderno. Y Mies van der Rohe (1886-1969) es fruto de la interrelación De Stijl-Bauhaus.
Su obra anterior a su marcha a los estados Unidos (1937) "es ampliamente significativa de la apasionada lírica de las superficies que se convierten en espacio, de la que él supo darnos el mejor ejemplo. (...) su arquitectura proviene más del linealismo bidimensional del neoplasticismo pictórico (Mondrian, van Doesburg) que del propiamente plástico (Vantongerloo). Mies, sólo raramente se ha servido en sus edificios de las superficies curvas (...) ya que normalmente sus edificios están ordenados mediante el esqueleto ortogonal de los pilares metálicos. En este sentido se opone a la tendencia neobarroca de los Mendelsohn, Niemeyer y Aalto, o sea de aquellos que intentan limitar extraordinariamente los ambientes, como en un envoltorio, como una cáscara. Para Mies, en cambio, la casa es una delgada telaraña de planos ligerísimos que se cruzan en el espacio; la superficie material se convierte casi en superficie aérea, desaparece en el ambiente y queda sólo, para modelar el espacio, el tenue diafragma de una línea imaginaria, trazada según una proporción etérea que ninguna regla, ningún modulor, podrá jamás establecer." (G. Dorfles, ob. cit., pág. 93-94).
"En el 1929, con motivo de la exposición internacional de Barcelona, recibe el encargo de construir el pabellón de Alemania. Es la obra culminante de todo su período europeo. Una piedra miliar en la historia de la arquitectura moderna, que desapareció al clausurarse la exposición y que hoy ha vuelto a reconstruirse felizmente. Algunos críticos han visto en el techo flotante y la planta abierta un reflejo de Wright; en la disposición rítmico-dinámica de los muros, la influencia de De Stijl, Mondrian y Van Doesburg; en la elevación de la estructura sobre un podio, un toque de Schinkel. Pero lo importante es que todos estos elementos se funden en la imaginación de Mies para producir una obra de arte original." (Chueca Goitia, ob. cit., pág. 223).
"No tiene sentido buscar una relación entre el edificio y la naturaleza o la ciudad; si la forma artística es absoluta, no es relativa a nada. Ni siquiera puede haber relación entre el edificio y el espacio. El edificio es el espacio y el espacio (y por tanto, la luz) el auténtico material de construcción con el que el arquitecto se expresa. El ideal supremo es hacer un edificio que se sustraiga a todas las leyes naturales, que no pese, que se levante sin tensiones aparentes, que no obstaculice la luz y que, por tanto, no proyecte sombras. (...) al igual que Klee, Mies opera con infinita delicadeza estudiando con extremo cuidado las maneras de dar a la imagen espacial una substancia visible que no tenga el peso físico de la materia. Y, así como Klee dibuja con increíble finura los contornos y las delicadas articulaciones de sus imágenes, Mies está atentísimo a la forma, al perfil, a las posibles tensiones y a las juntas y nervaduras de sus elementos metálicos de sostén. (G.C. Argan, ob. cit., pág. 482)
Junto con el edificio de la Bauhaus y la villa Savoye, el pabellón de Mies es la tercera de las obras paradigmáticas del código racionalista. Estaba compuesto por las siguientes partes: "un basamento de travertino, de ocho escalones de altura, que contenía en una esquina un estanque de agua rectangular, que tenía entre otras la función de reflejar las restantes partes del edificio y de dar un Espesor" al propio basamento, dando la impresión de estar "excavado"; un muro exento con un banco corrido adosado, que sostenía virtualmente y relacionaba los planos del techo de las zonas cubiertas del Pabellón, configurando también un seto de separación entre sus espacios exteriores e interiores; ocho soportes metálicos cromados de sección cruciforme, que soportaban el forjado de hormigón que cubría la zona de exposiciones propiamente dicha, y cuyo ambiente interior se articulaba por medio de otras particiones de fábrica o con paneles de acero y cristal; otro segundo estanque, más pequeño, del que surgía una escultura figurativa de Georg Kolbe, colocada en el lado más corto de la construcción y contenida en una especie de patio rodeado en tres de los lados por muros revestidos de ónice, dando lugar en el exterior no ya a un juego de láminas, sino a un volumen cerrado; en el lado opuesto, otro volumen parecido rodeaba parcialmente el estanque grande, delimitaba el otro de los lados cortos del edificio y encerraba, siempre dentro de un trazado ortogonal, dos espacios para oficinas y unos servicios; y, finalmente, un forjado que sobrevolaba esta segunda zona cubierta y que apoyaba en el muro ya descrito y en otro paralelo a la piscina. De la propia enumeración de los elementos que componían la construcción puede deducirse cuánto debía al código neoplástico la obra que analizamos."(De Fusco, ob. cit., pág. 340)
Esta obra sintetiza muchos de los aspectos lingüísticos del Movimiento Moderno: la vanguardia y la tradición, el gusto figurativo y el abstracto, la espacialidad más inédita y el sentido del clasicismo. Lo que la convierte en una obra muy importante del siglo XX es el hecho de llevar a la práctica una síntesis entre el exterior y el interior, entre la geometría y la naturaleza orgánica de los materiales, entre neoplasticismo y clasicismo.
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