Martínez Montañés realiza esta talla en madera a comienzos del XVII por encargo de un ciudadano sevillano para colocarla en su capilla funeraria; fue policromada por Francisco Pacheco, maestro y suegro de Velázquez. Est6a talla pertenece al barroco español de la Escuela andaluza.
El modelado del cuerpo es perfecto, como el de un broncista; el cuerpo es refinado, pero real. Nos presenta a Cristo vivo, con cuatro clavos, agonizando en la cruz, pero sin excesivo dramatismo, con poca sangre. La escuela sevillana a la que pertenece Montañés se aleja de la crudeza de la escuela castellana. El sudario presenta una calidad de tela mejor que la de Gregorio Fernández.
El conjunto ofrece elementos clasicistas de aplomo y serenidad. La figura de Cristo presenta un canon alargado es todavía una interpretación manierista por excelencia.
Es un Cristo apolíneo, sin apenas magulladuras ni heridas, salvo las de los clavos y las producidas por la corona de espinas; un Cristo triunfante en su belleza de Dios-Hombre, en la Cruz, símbolo de salvación más que de martirio. Se convertirá en modelo para los crucificados sevillanos.
En Sevilla se encuentra ampliamente difundido el espíritu de la Contrarreforma católica, afianzado en la amplia difusión de las órdenes religiosas, de forma que la mentalidad barroca se pone al servicio de esta idea de defensa a ultranza de los principios de la religión. Se busca que el fiel se acerque a las verdades cristianas a través de la sensibilidad, del sentimiento, de forma directa; y este Cristo es un buen ejemplo de ello. El arte se dirigirá entonces a la sensación antes que a la razón. Los fines de la imagen religiosa católica del barroco son el despertar la atención, enternecer la sensibilidad y propiciar la devoción.
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